27 de noviembre de 2016

Después de todo - S. Santalla

La realidad a veces te aplasta, piensa mientras intenta meter unos centímetros la cintura de su vieja falda. Está sentada en una silla de mimbre con los pies descalzos, sus zapatillas se calientan dentro del horno de la cocina de carbón. Su vecina no para de repetirle que ya es demasiado mayor para atender esa cocina, que un día le va a dar un susto. Ahora hay cosas más fáciles y más limpias, María. Qué bobada, si cada una tiene un sitio en el mundo sin duda éste es el suyo. Su cocina, menudo escenario para una vida. Empieza a oler a goma quemada y se calza con placer las zapatillas, siempre tiene los pies helados, cosa de la circulación dice el médico, con la edad empeora. Vaya chollo esto de la edad, sonríe para sí, se la puede culpar de todo. La mano le tiembla suavemente al intentar enhebrar la aguja y las gafas se le deslizan hasta la punta de la nariz. Vivir para ver, si con quince años  me hubiese podido ver así me habría tirado al río. Suelta una carcajada. Hay cosas que los años no le han podido robar de momento.
Alza la vista para comprobar la hora y se levanta sobresaltada, se le hace tarde.
Hace mucho que no se detiene a mirar la imagen que le devuelve el espejo pero recuerda que era bonita, al menos eso decían. Aún sonríe a menudo y sus ojos vidriosos recuperan el brillo de antes, de hace mucho, cuando todavía no sabía nada, o casi nada. Cuando pensaba que su destino sería casarse, como las demás. Atender la casa, a su marido, a sus hijos. No tenía vocación religiosa, lo inevitable era el matrimonio, le parecía bien, ese tipo de cosas no se cuestionan. Jesús era muy guapo, es cierto que sus entradas eran demasiado prominentes para ser tan joven, seguramente acabaría calvo, pero era alto y tenía un profundo  hoyuelo en la barbilla en el que cabía su meñique sin dificultad. Su familia tenía ganado pero él entraría en la mina en unos meses, al cumplir los dieciocho. Entonces se casarían. Su pecado fue dárselo todo tan pronto, le dijo su madre. Hay que hacerse valer, ningún hombre quiere a una puta como esposa. Sólo fue una vez, rápido y doloroso. A él le olía el aliento a vino y a tabaco y ella estaba nerviosa y algo asustada. Hacía frío. Al mes siguiente no le bajó la regla. No hay mucho más que decir. Nadie se casa con una embarazada, ninguna suegra quiere material ya usado para su pequeño. Una mujer que metió la pata ha de cargar con el fruto de su culpa. Si fuese viuda sería distinto, el matrimonio legitima el sexo, estás obligada ante Dios a satisfacer las necesidades de tu marido. Una viuda siempre es más respetable que una mujer que sucumbe a los placeres carnales a destiempo. Se quedó sola, para su propia familia resultó una vergüenza. Buscó un trabajo en el lavadero de la mina y más tarde en una carnicería donde, a pesar de su edad, continúa ayudando cuando la necesitan. Jamás se casó. Dedicó su vida a Onésimo, todavía lo hace.

El entierro era a las cinco. La silicosis y su amor por el vino le pasaron factura demasiado pronto. Nadie entendió su presencia allí. Para ella la cosa estaba más que clara. El hoyuelo del finado se había hecho mucho más profundo con los años. No sentía nada. Tras el pésame, digna y sonriente se encaminó hacia la salida.

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