-¿Sabes que ayer mataron a una chica de Madrid? Todavía tenía madre... La
mataron por querer enamorarse. Así me espetó mi sobrino de cuatro años lo
que había escuchado esa misma mañana en el colegio. Todas las clases de los
diferentes cursos tomaron parte en una actividad que duró poco más de cinco
minutos a media mañana en el patio de la escuela. Hacía demasiado frío y caía
una lluvia fina pero que calaba hasta los huesos. Los niños pequeños se
distraen con facilidad, también son capaces de captar algunas frases al vuelo,
el tono y los matices que para los adultos pasan desapercibidos. Me quedé unos
segundos callada, no sabía que contestar. Qué absurdos somos, pensé. Somos
capaces de embarcarnos en cualquier discusión sin sentido de la manera más
furibunda pero no sabemos qué contestar a un niño de cuatro años. La verdad es
que no le dije nada. Mientras mi mente daba vueltas azorada él comenzó a jugar con
un peluche de Marshall, de la Patrulla Canina. Menudo alivio, el alivio de los
cobardes. Pero, al fin y al cabo, ¿qué sabía yo de la violencia contra la
mujer? Nunca me habían pegado y nunca había presenciado una escena de violencia
explícita contra ninguna otra mujer. Sin embargo, ¿qué no sabía yo de la
violencia contra la mujer?
En la adolescencia aún no podíamos salir de
casa sin una revisión completa de vestuario por parte de nuestro padre, no
fuésemos a parecer unas putas. Tampoco estaba bien visto, por lo menos en mi
casa, tener amigos del sexo contrario, no fuésemos a parecer unas putas. De niña, en las cenas con adultos, los niños
nos quedábamos dormidos en el regazo de nuestras madres mientras ellos, los
hombres, discutían sobre política y otros asuntos en los que por lo visto ellas
tenían poco o nada que decir, calladas mientras acariciaban nuestras cabezas.
Aprendimos a mentir, "porque la mentira no es mala cuando evita un
problema". ¿Acaso no crecí rodeada
de mujeres que debían agachar la cabeza?
¿De mujeres que debían dar explicaciones de a dónde habían ido y por qué habían
tardado tanto? No sabría recordar el número de veces que había escuchado a
mujeres de mi entorno aconsejar a otra "tienes que saber llevarlo". En
una ocasión oí como una señora le aseguraba a mi madre que su marido sólo había
mantenido relaciones sexuales "normales" con ella hasta que concibió
a su primer hijo varón, a partir de ese momento optó por "hacérmelo por
detrás". Había desagrado en la confesión, pero también sumisión absoluta,
"él prefiere así". ¿No había escuchado cientos de veces "el
dinero es mío" "dónde vas a ir tu sin mí" o "no servís para
nada"? No tendría más de seis años cuando un hombre que iba arreglar el tejado de la casa de mis abuelos
le pidió a mi abuela que saliese de la habitación porque prefería tratar el
tema con "el señor".
Quizá sí que sepamos algunas
cosas, cosas que podría transmitir a mi sobrino a pesar de que al día siguiente
escuche en otra conversación distinta que la mayoría de las denuncias son
falsas, que muchas sólo lo hacen por hacer daño o que sólo buscan dinero. No
tengo la menor duda de que escuchará cientos de veces a lo largo de su vida
"ésa es una puta" o porqué no "todas son unas putas".
Lamentablemente, en algún momento algún ilustrado le dirá que "la
violencia es violencia y también hay maltrato masculino, aunque se silencia".
Ojalá crezca sabiendo que el lugar de la mujer no es la cocina, sino el que
ella elija. Como lo sabemos ahora nosotras, aunque nos quisieron convencer de
lo contrario.
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